jueves, 7 de julio de 2011

En este aposento...se apoyaba un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un resonar sordo, pesado, monótono; y cuando la hora iba a sonar, de las entrañas de bronce del reloj salía un tañido claro, resonante, profundo y extraordinariamente musical, pero de un timbre tan particular y potente que de hora en hora, los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir...para escuchar el sonido; y las parejas danzantes cesaban por la fuerza en sus evoluciones; durante un momento, en aquella alegre sociedad reinaba el desconcierto; y mientras aún sonaban los tañidos del reloj, se notaba que los más vehementes palidecían y los de más edad y más sensatos, se pasaban la mano por la frente, como si se entregaran a un confuso sueño o meditación. Pero apenas los ecos cesaban, livianas risas se difundían por la reunión...; y se sonreían de su nerviosidad...mientras se prometían unos a otros en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Más al cabo de sesenta minutos...el reloj daba otra vez la hora, y otra vez nacían el desconcierto, el temblor y la meditación de antes.
Más a pesar de esas cosas, la jarana era alegre y magnífica...

E. A. Poe
La máscara de la Muerte Roja